Si en otra de las publicaciones que tengo por aquí hablaba de los dos telediarios que nos quedan a los profesionales de algunos sectores, y la capacidad que hoy en día ya tienen algunas personas de realizar trabajos de calidad orientados, dirigidos o directamente hechos por herramientas de inteligencia artificial, en esta me gustaría hablar de una herramienta que para mí supuso un antes y un después en mi actividad. Hablo de Elementor.
Por si no lo conoces, Elementor es un constructor o maquetador (builder en inglés) para WordPress. Este te permite de manera fácil y sencilla implementar cualquier diseño web que se te ocurra. Webs totalmente funcionales y llamativas sin tener nociones de ningún tipo de lenguaje de programación ni de maquetación. Si bien es cierto, siempre vas a poder sacarle mucho más partido si al menos conoces las bases o tienes unas nociones básicas de la función de cada uno de estos lenguajes.
Si no te interesa mi vida (No te juzgo. A mí a veces tampoco 😂 ), puedes saltarte los siguientes tres párrafos, pero como a mi me apetece, voy a contar muy por encima cuál fue mi camino hasta que di con esta herramienta.
Mi camino hacia el diseño y desarrollo web fue totalmente autodidacta. Mi primer contacto con lo que hoy podemos llamar interacción de usuario fue allá por el 2004 realizando menús de DVDs con Adobe Encore. Me fascinaba el hecho de crear el diseño de un menú en Photoshop y propiciar la interacción a base de anidación de imágenes y comandos en capas dentro de carpetas en un archivo PSD. Me encantaba idear maneras de sacarle más partido a esas limitadas opciones y tratar de sorprender a los usuarios (concretamente a mi hermana, a mi padre y a mi madre).
Más tarde, cuando trabajé vendiendo cámaras fotográficas en Worten allá por 2010 (¡Inisesta de mi vida!), en un oscuro rincón de una estantería descubrí un software llamado Magix Web Designer. Uno de esos programas que se quedaban a medio camino entre un complicado producto casero y una precaria y cutre herramienta profesional. Posiblemente el único que se vendió en nuestra tienda fue el que me llevé yo a casa, pero recuerdo disfrutarlo un montón. La web 2.0 iba quedando atrás y en el horizonte se atisbaba la 3.0. Lo recordaré con mucho cariño porque pese a no poder recordad claramente que aprendí con él, sí que me permitió sumergirme mucho más en el funcionamiento real de internet.
Tras ese periodo de experimentación con Web Designer di el salto a mi querido (y siempre odiado) WordPress, al que quiero dedicarle unos cuántos párrafos en otra publicación. Y aquí sigo tras cientos de horas de experimentación total, decenas y decenas de temas piratillas y plugins de dudosa calidad, después de montones de edición de código desde el propio editor y sus correspondientes errores fatales con roturas totales de páginas sin copia de seguridad… hasta que poco a poco a base de palos fui creando un método de trabajo que me permitió hacer mis primeras páginas «profesionales».
Si te has leído esta breve introducción hacía mi carrera profesional, gracias. Ya me conoces un poco más. Si previo aviso te la has saltado, me debes una.
Tal y como estaba diciendo, Elementor es una herramienta para WordPress que te permite implementar cualquier tipo de de web sin tener conocimientos de maquetación o programación. Pero para mí no solo fue una herramienta que me permitió trasladar libremente los diseños que antes quedaban limitados por los temas (themes) o por otros maquetador más rígidos como WP Bakery o Visual Composer. Elementor me ayudó a aprender mucho. No solo sobre los lenguajes frontend, sino que también me ayudo mucho a entender con mayor profundidad como funciona la estructura de WordPress de la manera que más me gusta: Creando y probando.
Para mí esta es una herramienta fundamental en mi trabajo y la uso en el 99% de las implementaciones web que llevo a cabo (en ese 1% restante uso temas tremendamente orientados u optimizados para un propósito concreto) complementándola con otros plugins muy interesantes que potencian en gran medida la flexibilidad de Elementor.
Echando la vista atrás te das cuenta de lo extremadamente rápido que ha evolucionado un sector que hace apenas 20 años no existía hasta convertirse prácticamente en el motor económico o al menos el vehículo sobre el cuál se sustenta la economía mundial. Hemos pasado de no saber que era «eso de internet» a poder realizar auténticas virguerías sin tener el conocimiento para poder hacerlas 🤯. Es como si pudiésemos pintar la Capilla Sixtina sin saber coger un pincel.
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